El término «oveja negra» siempre ha tenido una connotación negativa; es usado para esas
personas que, de algún modo, se apartan de lo pre-establecido en el sistema familiar.
Sin embargo, ese matiz negativo no puede estar más lejos de la realidad. Ciertamente, ser
“la oveja negra” de la familia requiere una dosis enorme de coraje, en pro de vivir de un
modo más auténtico y alineado con el individuo.
El inconsciente familiar tratará de mantener el status quo en los miembros integrantes de la
familia, y se servirá para ello de límites más o menos rígidos, de prohibiciones implícitas o
explícitas, de lealtades conscientes o inconscientes. A mayor rigidez de los límites, mayor
miedo de la familia de romper la homeostasis familiar, y el sentido de ello lo encontraremos,
de modo individual, echando la vista atrás en el sistema familiar.
Como mamíferos, somos seres de manada, y originariamente la familia proporcionaba
pertenencia y manada, algo vital y crucial para asegurar la supervivencia; por ello, todo lo
que implique una posible separación de la unidad familiar o ruptura del status quo será visto
(de modo consciente o inconsciente) como una amenaza para la supervivencia del clan, de la
manada.
Si en una familia la mayor parte de los integrantes ejercen profesiones como la medicina o la
abogacía, por ejemplo, el integrante que decida dirigir su camino hacia una profesión más
artística será visto como una amenaza, por salirse de lo pre-establecido; si miramos en
profundidad, es posible que este clan familiar encontrase estabilidad económica o se
asegurase su estátus social a través del ejercicio de dichas profesiones (quién sabe si tal vez
partiendo de ancestros que lucharon por sobrevivir), y ellos vivirán por tanto la decisión
nueva del individuo como algo “peligroso”. Por supuesto, también puede existir en este caso
una sobre-identificación de la propia identidad con la profesión elegida, de modo que estas
personas solo vean su propio valor a través de ellas (no viendo, por tanto, el valor en ese
otro integrante que no se decanta por ellas).
Otro modo de personificar el rol de “oveja negra” es, por ejemplo, teniendo una relación de
pareja feliz en una familia donde las relaciones han sido infelices, o donde las mujeres han
perdido a sus parejas de manera prematura (muertes, guerras, abandonos etc); o incluso (y
esto es más frecuente de lo que a priori podría parecer) teniendo una vida feliz cuando ha
habido mucho dolor y tragedia en el sistema familiar.
Las lealtades familiares tienen una gran peso en la diferenciación del individuo que elige
salirse del camino marcado, justamente por esa necesidad puramente mamífera de
pertenecer, la cual a veces pasa por querer imitar el destino de nuestros ancestros en un
intento de quitarles parte de su dolor a ellos, o de ser más similares a ellos para ser así más
“queridos”. En constelaciones familiares se encuentra, en efecto, con gran frecuencia el “yo
por ti” o el “yo como tú», viniendo del individuo hacia ancestros (padres, abuelos, etc) con
un destino trágico, ya sea en el ámbito de la salud, de la economía, de lo laboral o de las
relaciones de pareja.

Ante esta situación (un clan familiar que de algún modo exige que el individuo siga actuando
del modo establecido o aprobado) hay únicamente dos opciones: la primera pasará por
asumir el rol que la familia nos otorga al precio de sacrificar nuestra libertad (en pro, claro
está, de pertenecer –el beneficio secundario-); la segunda es la de diferenciarse del clan en
pro de vivir de un modo más auténtico y alineado con el individuo, al precio de la culpa por
estar haciéndolo.
Allá donde hay lealtades invisibles (y es raro que a priori no haya ninguna en ninguna
familia) es difícil que no exista culpa (o que no nos sea inculcada) cuando tratamos de vivir
de otro modo; y aquí se trata de seguir adelante no sin culpa, sino justamente a pesar de la
culpa. Que el anhelo de vivir de un modo más libre sea el motor de asumir esa parte de
culpa, y de no castigarnos por ello (ya que, a menudo, donde hay culpa, hay castigo, de
modo inconsciente).
En lo personal, me permito hacer alusión a algo que a mí me sirve (y conmueve) al respecto
de este tema: pienso que somos el éxito de nuestros ancestros (y se me ponen los pelitos de
punta al escribirlo), que somos el resultado de eso que ellos sí hicieron bien, que estamos en
el mundo en gran parte para poder, ahora, con otros recursos de los ellos tal vez careciesen,
hacerlo diferente a cómo lo hicieron ellos; que nos podemos quedar, con mucho
agradecimiento, con todas esas cosas valiosas que aprendieron ellos y que a través de la
epigenética y de la genética han llegado a nosotras, y para decidir si queremos ahora hacer
algo distinto con respecto a esas otras cosas que les generaron sufrimiento y dolor en su
vida.
Pienso también que nuestra mejor manera de honrarles (pelitos de punta de nuevo) es
haciéndonos una buena vida, y qué mejor para eso que, al menos, viviendo una vida que sea
la que cada una decida vivir.